MARCULEDU
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ENTREVISTA | 01/07/2025Marcu Autiero es productorx, compositorx y músicx no binarie. Vive en Nápoles y tiene 24 años. Bajo el nombre marculedu, crea una música que se mueve entre el pop, la electrónica experimental y la performance en vivo, usando desde beats hechos en su habitación hasta sensores activados por uñas acrílicas. Pero más allá de los géneros, su práctica está atravesada por algo más urgente: el deseo de habitar un espacio propio, de darle forma a una identidad que no siempre cabe en las categorías disponibles.
Graduade en Música Electrónica en el Conservatorio San Pietro a Majella, comenzó su vínculo con la música casi por accidente —una guitarra ofrecida por su padre, una tienda cualquiera en Caserta— y lo ha seguido desde entonces. En esta entrevista, habla sobre cómo el sonido puede ser una forma de procesar el duelo, explorar la disforia o imaginar futuros posibles. También sobre lo que significa hacer arte desde un cuerpo queer, en un mundo que muchas veces niega su existencia.
Su trabajo con el colectivo Mutants Mixtape, su admiración por artistas como SOPHIE, Amy Winehouse o Laetitia Sonami, y su forma de entender la tecnología como una extensión del cuerpo, hacen de su música un espacio abierto, íntimo y político. No se trata de representar una identidad, sino de hacerla vibrar.
1. Tu música se mueve entre el pop, el diseño sonoro experimental y presentaciones altamente conectadas. ¿Cómo describirías lo que impulsa tu práctica?
En cuanto a mi relación con la creatividad, tiendo a acoger cualquier trabajo que surja de un estado disociativo suspendido en el tiempo. ¿Conoces esa sensación cuando pasan seis horas y casi no lo notas, aunque has estado trabajando intensamente todo el tiempo? Es entonces cuando sé que el trabajo ha venido de un lugar de intuición, necesidad e ímpetu. Mi práctica consiste en atraer y acoger esos momentos, porque sé que cuando suceden, cuerpo, mente y energía están completamente alineados, y todo está permitido fluir: caos, disciplina, intimidad, erotismo, dolor, alivio, consuelo, rabia, disforia, euforia, vergüenza, vanidad. Sin seleccionar, sin filtros, solo ondulaciones y los actos que siguen.
2. ¿Cómo concibes la dimensión política o identitaria de tu música? Tu trabajo parece desbordar tanto las categorías estéticas tradicionales como las identitarias. ¿Crees que el sonido puede ser un espacio para reconfigurar lo político más allá del discurso? ¿Qué posibilidades abre la experimentación sonora para pensar otras formas de cuerpo, deseo o comunidad?
Cuando lo pienso, está claro que el impulso detrás de mi creación musical siempre ha sido hacer algo que valga la pena, significativo de alguna manera. Me siento avergonzade, mientras el mundo se derrumba bajo nuestros pies. Sigo cuestionando si realmente estoy haciendo algo que importe, considerando que la música es lo único que sé hacer. Creo que la música y el activismo pueden nutrirse mutuamente, ahí es donde las partículas abstractas y efímeras de la materia sonora pueden encontrar propósito. Intento apoyar a lxs artistas directamente, compartir su trabajo, participar en compilaciones sin fines de lucro que recaudan fondos, unirme a colectivos, donar, encontrar comunidades y mantenerme consciente. La música puede volverse rancia si lo permites, todo es cuestión de intención. Se subestima cuánto compromiso con la música puede tener potencial para un cambio activo. A veces no conecto con un álbum en la primera escucha, solo para enamorarme de él dos años después. Eso es porque ha proliferado lentamente a través del cuerpo, y he estado mudando con el tiempo. Lo amo porque mi piel ha cambiado. Ahí es cuando sabes que el trabajo estaba impregnado de intención. Y quiero manifestar, a través de la música, tanto el mundo que anhelo como la versión de mí misme que me esfuerzo por llegar a ser.
3. José Esteban Muñoz, en Cruising Utopia (2009), propone que el arte es “la chispa del mundo por venir”, donde “la utopía no es simplemente un deseo de algo mejor; es una anticipación concreta del deseo, un gesto hacia un tiempo futuro que ya está en el ahora”, una forma de vislumbrar y hacer presente un horizonte queer aún por venir.
En este sentido, tu obra parece no solo indagar en la identidad y el deseo, sino también trazar posibles formas de ver el cuerpo, trabajar con el arte y abordar ciertas emocionalidades. ¿Cómo entiendes tu música desde una dimensión de imaginación utópica o política? ¿Qué futuros se abren o se tocan en tu práctica artística y qué papel juegan el arte y la tecnología en esa visión de un mundo aún por construir?
Me atraen formas de utopía que van más allá de su significado, utopías que son transformadoras, tangibles, realizables. Domina, la canción principal de mi álbum debut, fue esencialmente una salida del clóset, para mí misme. Recuerdo el calor del verano de 2021, escribiendo letras sobre un beat que había hecho. Las palabras salieron tan espontáneamente. Cuando terminé, me encontré mirando mi teléfono, paralizade, disociade, pero también liberade. Aunque aún no tenía el valor de decir explícitamente “Eres una mujer”, sabía que una fuerza latente muy dentro de mí se había despertado. La música aceleró procesos emocionales y psicológicos que de otra manera podrían haber tardado años. Domina me permitió explorar mi feminidad, mi identidad de género y sexual, a través de la escritura de canciones, la creación de beats y el diseño sonoro. Ableton fue como unx terapeuta. Todavía lo es. Para mi persona, hay un antes de Domina y un después. Lo más difícil ha sido vivir con el cortocircuito entre ambos. Me sentía eufóricx escuchando mis propias canciones, tan femeninas en los beats y tan vulnerables en las letras. Pero en la vida real, estaba luchando. No tenía confianza cuando los monitores estaban apagados. No podía reconocerme en la barba, la ropa, el cabello. Cuando caía el silencio y estaba lejos del consuelo que me daba mi música, el vello corporal se sentía más grueso, mis manos se veían más grandes, mi voz más profunda, mis genitales una preocupación. Todo lo que siempre había sentido, sin saber lo que era, llegó de golpe. Crear música con una computadora o actuar con sensores portables es mi manera de lidiar con ese cortocircuito, no escapar de él, sino intentar neutralizarlo. Y cada vez que logro conectar correctamente los pines, esa es mi verdadera utopía hecha realidad.
4. ¿Hasta qué punto sientes que tu práctica está situada dentro de una genealogía queer en la música experimental?
Esto es algo que creo que deberían decidir lxs oyentes. No hago cosas por la “queerness”, pero creo que la queerness hace cosas a través de mí. Intento sacar todo lo que emerge de mi inconsciente, deseos, traumas y pulsaciones. Cuando creo, me guía una fuerza libidinal, una necesidad de profundizar, un anhelo de florecer. A menudo me siento desilusionade cuando una obra está marcadamente etiquetada en cada uno de sus aspectos, pero luego la experimentas y no ofrece nada con qué resonar, no logra mucho, ni emocional ni visceralmente. Para mí, sentir la queerness en una obra de arte va mucho más allá de cumplir requisitos o declarar credenciales. La resonancia no está garantizada solo por la representación. Es un espectro hecho de difracciones infinitesimales. Puedes encontrar solo una, o miles de millones de ellas, y dejar pasar la luz. Amo esos momentos después de una actuación cuando mis hermanas vienen a mí diciendo que sintieron algo profundo y transformador en la manera en que experimentaron mi música. Siempre sucede de manera paradójica, precisamente cuando estoy preocupade de que mis letras sean demasiado crípticas y mis sonidos estén hablando solo para mí. Si mi trabajo hace algo, no quiero que sea deslumbrante, pícaro o sobre-explicativo. Espero que ofrezca a mi comunidad un espacio para encontrar sus propios puntos iluminadores en ese espectro, para reflexionar sobre ellos, y brillar a través de su llama en constante evolución.
5. ¿Hasta qué punto sientes que tu práctica está inscrita en una genealogía queer dentro de la música experimental? ¿Qué referencias, afectos o memorias culturales resuenan en tu trabajo, y cómo te relacionas con ellas sonora y performativamente?
Realmente intento mantenerme conectade con lo que llamaría “epifanías queer”, esos momentos en que por primera vez me sentí diferente, desalineade, fuera de forma. Recuerdo tener alrededor de seis años, usando una polera blanca al revés, usando el cuello como una cofia para peluca, poniéndome un poquito de lápiz labial, y entrando al living donde mis padres estaban viendo televisión. Gritaba: “Hola, ahora soy Jessica”. Ellos estaban muy divertidos, viéndome interpretar a la pequeña niña que de alguna forma sentía que era. A los diez, más o menos, creaba escenarios románticos en la habitación de mi hermana mayor con velas y luces tenues, luego dejaba un post-it en su escritorio que decía “Por favor, ¿puedo prestarme uno de tus jeans pitillo?” mientras me escondía debajo de su cama, esperando su reacción, con la esperanza de un sí.
Mi música viene de un impulso por cambiar el tiempo de mi química cerebral, de sincronizar mi reloj neuronal con el que sostiene mi niñez interior, con el objetivo de crear algo desde un espacio no limitado por el trauma, el miedo, el rechazo, los filtros o el pensamiento consciente, sino impregnado de valentía, fiereza, espontaneidad y fe. Mi obra refleja la queerness en tanto late con las réplicas de haberla sentido alguna vez sin saber lo que era.
Existe esta práctica común en la producción musical: comparar la pista en la que estás trabajando con una referencia publicada que intentas igualar. Intento mantenerme alejade de eso. Por supuesto, hay artistas que me inspiran profundamente, eso es inevitable, pero cuando quiero referenciar el sonido de un redoblante o el filtrado de una voz, no lo escucho activamente para emularlo. En cambio, intento despertar, desde el silencio, las huellas somáticas que la música dejó sedimentadas en mi cuerpo, los micromovimientos de mis células ciliadas al involucrarme con esa canción en particular, la respuesta emocional que resuena desde la línea de bajo que estoy recordando. No se trata de recrear la referencia, sino su resonancia.
6. ¿Cómo se relaciona tu práctica artística y sonora con imaginarios distópicos, y cómo usas esos escenarios para reflexionar sobre la realidad contemporánea?
Mis prácticas artísticas están lejos de ser distópicas, principalmente porque uso la música para disuadirme de la realidad que se espera que viva, tanto social como individualmente. No veo la distopía como una proyección futurista: ya existe, aquí y ahora, en el mundo de mierda que habitamos. Podemos sentirla, mientras permanezcamos conscientes. Ya no hay consuelo en imaginar la distopía, porque ya se ha fusionado con nuestra vida cotidiana.
Si estoy cantando sobre la lucha, si mi música suena distorsionada, no estoy proyectando, estoy reportando mi visión actual de la realidad. Y si las uñas acrílicas conectadas a mis sensores siguen alargándose, es porque estoy luchando por la confianza, probablemente porque no la tengo. Quiero que mi obra sea percibida como una amenaza al estado actual de las cosas, especialmente para mí misme. Por eso me atrae más la utopía como enemiga de la distopía que ya soporto.
7. Has trabajado dentro del colectivo Mutants Mixtape, junto a artistas como Arca. ¿Cómo influyó esa experiencia colaborativa en tu desarrollo como artista y tu visión creativa?
¡Tantos recuerdos atesorados! Mi primer lanzamiento como marculedu fue “DDVerso”, incluido en Mutants Mixtape VOL. 2: Riot. Era 2020, estábamos todes encerrades en casa, y lo único que podíamos hacer como creatives era unirnos y recaudar fondos usando la única herramienta que teníamos: hacer arte. Fue una bendición que las mixtapes continuaran con los años, permitiéndonos reunir nuestras fuerzas creativas en apoyo a causas sociales y políticas, dando visibilidad a comunidades BIPOC, al pueblo palestino, a vidas queer y trans.
Todavía estoy en contacto con muches artistas independientes de todo el mundo, algunes de los cuales comenzaron su camino al mismo tiempo que yo. Esa experiencia también disolvió el sentido de jerarquía y subordinación que una vez sentí hacia artistas consolidadxs. Compartir un espacio musical horizontal, no jerárquico, con personas a quienes había admirado durante años desmanteló para mí la idea de verticalidad en las artes. Hizo que todo se sintiera más posible, más mutuo, más real.
8. ¿Cuáles son las influencias conceptuales, musicales o filosóficas que han moldeado tu trabajo, y cómo dialogan esas referencias con tu exploración del cuerpo, la identidad y la experimentación sonora?
Escuchar una enorme cantidad de música acusmática ha reconfigurado inherentemente la forma en que desarmo y digiero una producción o una mezcla. Las obras que encontré durante mis años académicos, especialmente las de pionerxs vanguardistas como Pierre Schaeffer, Wendy Carlos, John Cage y Delia Derbyshire, aún me empujan a canalizar ese sentido de asombro de primer encuentro en todo lo que escucho y creo.
He tenido cuatro piedras angulares clave en momentos muy diferentes de mi vida: Amy Winehouse para la composición de canciones, Tom Misch para la creación de beats, SOPHIE para el diseño sonoro y Laetitia Sonami para los instrumentos portables. Me obsesioné profundamente con sus trabajos. Lo que todas estas referencias tienen en común es una búsqueda incansable de identidad a través de la expresión artística, una búsqueda constante de singularidades sin precedentes.
La música sigue siendo el medio sensorial primario que realmente moldea mi vida, y lo que más me mueve es trazar los caminos que llevaron a les artistas lo suficientemente lejos como para vislumbrar y encarnar los contornos de sus formas únicas.